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jueves, 6 de septiembre de 2012

EDITORIALISTA INVITADO


Más allá de las negociaciones de paz
Por Eduardo Verano de la Rosa
Ex ministro y Ex gobernador del Atlántico


La paz no puede ser concebida única y exclusivamente como la superación del conflicto armado.

La razón radica en que la paz como valor fundamental de los ordenamientos jurídicos y políticos de las democracias, fundamenta y sirve de guía para enjuiciar las políticas de los Estados y las garantías de derechos y libertades, con lo cual, supera, de manera superlativa, el alcance de este tipo de conflictos.

La superación de los conflictos armados constituye un imperativo ético y político para los gobiernos: La paz, deseable por todos y útil para la sociedad civil, como valor político, no puede desconocer que a su lado hay otros valores de igual jerarquía que no pueden soslayarse al entrarse en una negociación de paz. Tales valores son: la seguridad jurídica y la justicia.

La clave para construir paz es la integración activa de toda la sociedad civil sustentada en un conjunto de valores, principios y reglas formales y materiales a las cuales debe someterse TODA la sociedad.

La seguridad jurídica y la justicia como valores deben estar atados al principio de la obediencia al derecho porque, en conjunto, representan reglas que no pueden ignorarse, más por el contrario, deben aplicarse, inexcusablemente, en un proceso de paz. Una paz construida sin seguridad jurídica, justicia y obediencia al derecho es imposible.

Para la superación de un conflicto armado, las partes y sus representantes, tienen las competencias para adelantar las negociaciones, pero no para remplazar a la sociedad civil y desobedecer los valores, principios y reglas que la fundamenta.

De allí, que la obediencia al derecho que ofrece seguridad jurídica y niveles de justicia deseables determina el respeto por los tratados públicos internacionales, cuya materia es incuestionable.

Las partes en contienda son dueñas del conflicto armado como tal, más no de la sociedad civil y de los ordenamientos jurídicos; menos, son dueñas de la paz.
Paz, sin justicia, sin seguridad jurídica y sin obediencia a los derechos humanos no puede ser concebida en forma razonable. Una sociedad que no respete sus pactos internacionales no vive en democracia.

‘Pacta sunt servanda’ (lo pactado obliga), regla de oro del derecho y de la razón narrativa histórica y de la política tiene que ser la guía de los Estados en todo momento y lugar, de lo contrario, el Estado se autodestruye si no la cumple.

Esta regla de oro es el fundamento sobre el cual se edifica toda relación internacional entre los Estados. En los tiempos modernos, este mandato tiene mayor rigor y consecuencias jurídicas para los Estados que incumplan.

Cumplir los tratados internacionales suscritos por el país es lo propio de las naciones civilizadas. Cumplir, en especial, los tratados públicos internacionales de derechos humanos, como el Estatuto de Roma y la Convención contra la tortura y otros tratados o penas crueles, inhumanos o degradantes NO es negociable, menos cuando los artículos 93 y 94 de la Constitución Nacional establece que hacen parte del bloque de constitucionalidad.

En estas negociaciones, para la superación del degradado conflicto armado que padecemos, no se puede olvidar, al gran poeta Luis Carlos López quien en uno de sus bellos versos, Fabulita, decía:
“¡Viva la paz, viva la paz!”
Así
trinaba alegremente  un colibrí
sentimental, sencillo, de flor en flor…
y el pobre pajarillo
trinaba tan feliz sobre el anillo
feroz de una culebra mapaná.     
        
La advertencia de Luis Carlos López no puede pasar inadvertida. Tampoco se puede pasar por alto las limitaciones impuestas por la Convención de Viena sobre el derecho de los tratados, muy en particular, los relacionados con los derechos humanos que tienen que ser obedecidos por las partes en negociación.
No existe poder que no tenga límites, esta es una de las conquistas irrenunciables de la humanidad.     

    

miércoles, 5 de septiembre de 2012

NOS HACE FALTA SENTIDO DE PERTENENCIA Y COMPROMISO CON MALAMBO


Resulta doloroso y muy triste caminar por diferentes sectores del municipio y evidenciar a simple vista como los mismos hijos legítimos y adoptivos del municipio, destrozamos abiertamente sus entrañas y hacemos a diario todo lo humanamente posible por destruirlo, por contaminarlo, por acabar con las cosas que nos pueden llevar a marcar la diferencia, por borrar los referentes que pueden significar las posibilidades serias de desarrollo y grandeza, para una tierra que lo tiene todo para ser diferente, casi todo, menos el sentido de pertenencia, de agradecimiento y compromiso de quienes compartimos en el mismo espacio, un hogar, una posibilidad de trabajo o el lugar donde encontráramos la tranquilidad y una morada para nuestros hijos.

Cada día resulta terrible como cada quien solo reclama y protege el pequeño espacio que posee y trata de atrincherarse en él, sin importar el resto del inmenso espacio, incluso aquellos que son para el disfrute de todos. Solo pensamos en tener limpio nuestro lugar, no importa si ello implica rodar la basura para nuestros vecinos, solo queremos estar seguros en nuestro nido, así implique hacer de nuestro hogar una cárcel con lindos colores y muchos candados, limitando con ello también las posibilidades de interacción de nuestros hijos y demás familiares con los vecinos que al final terminamos desconociendo.

Hemos desarrollado una coraza de indiferencia ante lo que ocurre a nuestros alrededores, creyendo de manera equívoca que si no me afecta no me importa y es así, pues a la mayoría no les importa en que se invierten los recursos públicos, tampoco nos interesa que los espacios públicos permanezcan limpios y conservados, que las calles estén limpias por que no barremos el frente y muchas veces, ni siquiera recogemos la basura, al contrario barremos hacia fuera, por que mi casa es de la reja para dentro.

La gran mayoría nos parece absurdo eso de las juntas comunales, pues estamos seguros de que es para flojos y sin oficio, pero cuando un gran problema de servicio publico o de seguridad amenaza con traspasar las fronteras de nuestras trincheras, inmediatamente salimos raudos a exigir a esas personas que muchas veces no acompañamos y que después de elegir dejamos solas, a que salga en busca de solución y respuestas, bajo palabras groseras y habladurías difamantes.

Cuando pasamos por los parques del municipio a pesar de estar en su mayoría rodeados por muchas residencias, se notan desolados, llenos de basuras y destruidos especialmente por la indiferencia y por nuestro convencimiento de que eso le toca al otro o para que están las autoridades, por que no lo hace la empresa de aseo?

Y ni que decir de las vías de entrada y salida del municipio, atestadas de basuras, animales muertos,  ramas de arboles podados y mucha podredumbre, que refleja como monumento nuestra indiferencia y egoísmo. Pues por que pagar a la empresa de aseo que recoja mi basura? Si por $500 un carro de mula se la lleva y que la tire en cualquier lado, después que mi casa permanezca limpia, lo demás no importa!.  Después que mi casa este segura me importa que los bandidos roben donde les de la gana o después que el político se mande los mercaditos o los $50.000 o al menos monte tremenda tarima con Martin Elías o Peter Manjarrez  voy pa´ esa. Al final todos son iguales!  Así pensamos y después de manera hipócrita pretendemos exigir resultados y obras a un alcalde o a un concejal al que le vendimos una tajada del futuro de nuestros hijos por pequeñas cosas.

Que tiempos aquellos cuando todas las mañanas nuestras abuelas y madres salían religiosamente a barrer las calles arenosas de nuestro municipio, recogiendo las hojas secas de los arboles que no faltaban al frente de cada residencia y quemándolas a un costado o entrándolas al patio para quemarlas en el interior, los tiempos donde los malamberos se organizaron para conseguir la electrificación, la construcción de nuestros primeros colegios, el agua potable permanente y el mantenimiento de nuestro parque e iglesia central.

Esto sin contar con nuestro ferviente fé católica y el gran respeto por las personas mayores y la institucionalidad que ellas representaban. Definitivamente con la explosión demográfica de nuestro pueblo, desapareció el sentido de pertenencia y el compromiso con Malambo que tenían nuestros abuelos. Hoy solo nos queda la fé de que algún día nos tendremos que dar cuenta, que solo trabajando juntos, con compromiso y honestidad,  entre todos podremos hacer un futuro diferente, un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. De lo contrario nadie nos los va a regalar.


Alex Miranda Ch
Periodista